Todos los juernes y viernes, más o menos a la misma hora, todo estudiante de ingeniería que se precie se plantea la misma pregunta, que da nombre a este asunto. Y es que es cierto que, entre lo caro que es salir de casa (ya no meterse en algún sitio, sino salir de casa en sí), y el poco poder adquisitivo que te deja el simple hecho de pagar la matrícula universitaria, organizar un fin de semana de esos que quedan para el recuerdo (o no, depende del desfase) se convierte en misión imposible. Sin Tom Cruise de por medio, aunque si le invitáramos el coste se dispararía.
Ante tal tesitura, tenemos varias opciones, y un servidor os va a mostrar algunas (o todas, porque muchas, muchas, como concepto, no son):
PRIMERA OPCIÓN: No salir.
Puede parecer una tontería, pero hay mucha muchachada que, después de haberse visto apaleados y vejados durante toda la semana, con esos estupendos exámenes de Análisis Matemático (ejem…), lo último que se les pasa por la cabeza es salir de la cama. Un plan muy mierder y solitario, aunque barato (o no). Eso no se puede discutir (o si).
SEGUNDA OPCIÓN: Parques.
Quien dice parques, dice aparcamientos, calles solitarias, o cualquier puñetero sitio que se os pueda ocurrir donde no os cobren por tomaros una cervecilla con amigos. Y eso de que no os cobren, es siempre suponiendo que ciertos seres con uniforme y porra no os vean. Porque si os ven, os crujen (Pero bien, ¿eh? nada de tonterías…).
En verano, pase, pero en invierno (que por cierto, se acerca), con el fresquito que hace en este lado del mundo que nada tiene que envidiar a Siberia, es algo inhumano. No recomendable si estimas tus dedos y tus pies, porque la congelación acecha en cada esquina. De este frío, Mahou no sabe nada, porque si supiera, aflojaría un poco los tapones de los litros.
TERCERA OPCIÓN: Garitos.
O bares. O pubs. O garajes con barra. Todo aquel sitio que no pida un vestuario ostentoso ni una pasta para entrar. Estos sitios están bien, si estás dispuesto a tragar con artistas de poca monta, o reggaetón taladrante, o borrachos en exceso (todo esto, hasta que pases a unirte al grupo de los últimos). Resaca por garrafón garantizada.
CUARTA OPCIÓN – Discotecas.
Salas también valen. Esto ya es sólo para ciertos privilegiados. Aquellos que puedan pagar 10, 20 o 50 eurazos sin sudar, para entrar a un sitio calentito en invierno, y muy calentito en verano, donde quedarse sordo escuchando música (llamémosla música), y donde ver a la juventud perderse bailando (absténganse hombres, por favor os lo pido). A este tipo de sitios va gente que sabe que les van a cobrar 10 euros, como poco, por una copa. A estos sitios, la gente entra borracha ya desde fuera, ¡hombre! Salvo que… No, salvo que nada. Cuando el plan es una cuarta opción, la segunda precede siempre, siempre, siempre. Esta ley es tan cierta como la de L’Hopital (que digo yo que ésta última será cierta, no lo sé, nunca me paré a intentar llevarle la contraria al hijo de puta señor éste).
Y lo divertido de todo, es que todas las opciones de arriba cuestan dinero. Todas, todas. Porque en la cuarta hay que pagar entrada y bebida. En la tercera, mucha bebida. En la segunda, bebida (mucha también, por lo del frío y eso), y guantes, si no has sido muy previsor. Y en la primera, la compañía; o eso, o una suscripción Premium a alguna que otra página que ya todos conocemos.
Existe (o existía) otro plan para las noches, pero lo dejamos como inviable dado su precio. Efectivamente, hablamos de los cines. Esas salas, con esas pantallas tamaño King Size, donde se proyectan películas a todas horas por un “módico” precio. Eso antes era posible, y algunos viejunos aseguran haber visto una película en el cine mientras comían palomitas compradas allí mismo. Pero eso, señores y señoritas, en nuestro tiempo, no existe. No para los jóvenes estudiantes de ingeniería mundanos y terrenales. Eso se reserva a una élite, exenta de normas y libre de opciones tan simples como las que os he contado hasta ahora. Esa élite no se hace, se nace. Así que si no eres de ese segmento, que si no lo eres, lo sabrás, lamento ser yo quien te borre la ilusión de alcanzarla en un futuro próximo.
Otros pocos, muy pocos, de hecho, tienen en su memoria un plan muy extendido en la antigüedad. Algo de lo que hoy sólo han quedado mitos y leyendas. Algo que incluso Tomás Piqueras no llegó a vivir. Os hablo de (pausa misteriosa, redoble de tambor) ¡las escapadas! Cuenta la leyenda que unos amigos se reunían en torno a un coche, decidían un destino no muy lejano (Valencia, generalmente), y sin pensarlo dos veces, se lanzaban a la aventura, para volver dos o tres días después, con muchas ganas de dormir, unas ojeras que dejaban surcos en la calzada, de todo lo que arrastraban, y con el hígado llorando. Pero eso, amigos, son sólo leyendas, cuentos e historias para ayudar a los más pequeños a conciliar el sueño. Y es que, tal y como decía mi madre (y las vuestras, y lo sabéis), la vida de universitario es la mejor del mundo. El problema es que nunca terminaban la dichosa frasecita, que culmina con: “…, siempre que seas hijo de reyes, o te haya tocado la lotería, o seas hijo de Son Goku”.
Así que ya sabéis, si no salís por ahí, es porque no queréis. Querer es poder, ¿o no? (Uy, ¡qué ostia tengo…!). En cualquier caso, si sabéis de alguna otra forma de hacer que las horas pasen más rápido, o conocéis alguna otra leyenda urbana que a un servidor se le escape, no dudéis en comentarla más abajo. ¡Y tampoco os olvidéis de seguirnos en nuestras redes sociales!
@Mikothairules